Cuando la maternidad no llega: la literatura y lo que hace un cuerpo para alcanzar un embarazo

De reciente publicación, las novelas «In vitro» de Isabel Zapata, «Fantasticland» de Ana Wajszczuk y «El cuerpo es quien recuerda» de Paula Puebla iluminan un tema poco explorado en los libros que abordan la maternidad: la reproducción asistida y la subrogación de vientres, procedimientos de los que poco se habla incluso socialmente y que ponen en tensión la pregunta sobre el deseo cuando la maternidad se convierte en un proceso que no llega.

Un embarazo que no es inmediato, la ansiedad que genera su retraso, las preguntas profundas y existenciales que habilita la imposibilidad de gestar cuando el deseo se interpone como rayo. Pero también las preguntas productivas porque el cuerpo, en un mundo capitalista, toma la dimensión de una máquina que no produce, sumado al avance de la ciencia, el silencio, el dolor, los mandatos, lo que puede soportar un cuerpo y la intervención técnica, la experiencia de concebir un hijo o una hija no siempre es un proceso que pueda definirse como feliz.

Si bien la literatura contemporánea reubicó a la maternidad con textos complejos que no abundan en estereotipos ni en miradas edulcoradas, en menor medida dedicó su atención a las emociones o cuestionamientos que atraviesan las personas que buscan concretar un embarazo. ¿La maternidad es política pero el proceso para lograrlo no? Nuevas ficciones llegan para interpelar la ética y exponer las luces y sombras de un proceso plagado de cuestionamientos e intervenciones.

Una de esas ficciones que se publicó este año y aborda el tema es «Fantasticland» (Sudamericana), la primera novela de Ana Wajszczuk, en la que retoma material propio para construir una gramática de la maternidad y del amor y en los que narra sobre los tratamientos a los que se enfrenta una mujer cuando desea quedar embarazada.

«Yo pasé por tratamientos de fertilidad y me parecía un submundo no narrado. Quienes pasamos por tratamiento de fertilidad tenemos que atravesar un túnel del terror del sistema médico hegemónico y de un montón de cuestiones que son muy nuevas, que no hay mucho pensamiento al respecto y que implican un montón de cuestiones filosóficas, éticas», planteó la autora a Télam cuando se publicó el texto a mediados de este año.

En esa novela, narrada en dos tiempos, antes y después del nacimiento de su hija, subyace la pregunta también por cuándo empieza la maternidad: ¿Con el deseo? ¿Con el nacimiento? ¿Con el anuncio de una gestación?. La narradora, a veces desbordada, angustiada, expone con su escritura desenfrenada los límites de su cuerpo y de su deseo mientras se ve sometida a procedimientos e intervenciones médicas que la abruman y la llevan a pensar en lo ético, lo artificial y la relación entre lo natural y lo cultural, la genética y la violencia del sistema.

«Quería que la protagonista pudiera plantear la labilidad de los límites porque muchas veces ni siquiera vos sabes si lo querés hacer pero lo hacés porque te empuja la ciencia: no podés tener un hijo naturalmente, hacé este tratamiento, si no funciona anda otro, no funciona, anda una donación, si no funciona, andá a una subrogación de vientre. Está todo esto muy intrincado con el mismo desarrollo técnico de la sociedad», señalaba Wajszczuk.

Como una conversación con ese libro -se publicaron casi al unísono en nuestro país- hay otro libro reciente que aborda la vacancia de los tratamientos: «In vitro», de la editora y autora mexicana Isabel Zapata pone el foco en la maternidad como proceso que acarrea no solo felicidad sino incomodidades, pérdidas y temores porque lo que abre la narradora es el diario de ese tiempo en el que intenta embarazarse.

Entre la tensión por lo que no quiere contar y lo que se guarda para que no le pregunten cómo va, cómo sigue ese tratamiento, la narradora de este libro editado por el sello Excursiones asevera que «hay cosas que no se dicen o que se dicen en voz baja, solo a la gente más cercana, siempre con eufemismos, como si pagar por reproducirnos nos ensuciara las manos. Estamos en tratamiento».

Dedicado a su hija «Aurelia, que nos confió su nombre», la autora dijo que el libro se titula «In vitro» porque lo que hizo fue poner «bajo la lupa, el microscopio», su propio duelo y su relación con su madre, quien murió meses antes de que ella se convirtiera en madre.

A través de seis entradas separadas por títulos como «In vitro», «Embrión», «Medusa» o «Doble Acuario», Zapata (Ciudad de México, 1984) plantea que se resiste a que sea un diario sino que prefiere llamar a este escrito «una novela por entregas, una invención, un fino aclarar la voz». En estas páginas rompe con lo que se dice que parece ser una regla: no hablar de la fertilización in vitro y va dando lugar a la voz de esa mujer que asume el proceso de poner el cuerpo para proyectarse como madre.

Así aparecen los detalles de cifras cómo cuando está el riesgo de perder el embarazo o la cantidad de embriones que se pueden congelar y va logrando así terminar con prejuicios sobre la maternidad, algo que considera un cambio de lenguaje.

«Quiero decirlo todo y saberlo todo y escucharlo todo, romper con el pacto de silencio que mantiene en aislamiento los temas dolorosos relacionados con la maternidad», se lee en las primeras páginas y de esa manera avanza «In vitro», publicado casi a la par de «Fantasticland», de Ana Wajszczuk.

Una lectura urticante en torno a la gestación asistida la propone la escritora Paula Puebla en su ficción «El cuerpo es quien recuerda», novela publicada por Tusquets, que va contra todas las formas progresistas que se disputan la supremacía sobre lo políticamente correcto, en este caso, enfocado con más intensidad sobre la subrogación de vientre:

La gestación subrogada empezó a colarse desde la ficción, en Argentina, como lectura que señala la necesidad de integrar al debate público un tema que incomoda por sus vórtices éticos y pragmáticos; la obra de Puebla, suerte de ensayo subjetivo y novelado sobre esta cuestión, llega después de novelas como «Subrogar», de Natalia Peroni (La Flor Azul), y cuentos como «Aunque estés equivocada», de Cecilia Ferreiroa (Obloshka).

Los personajes encarnan preguntas que aún no alcanzan estatus de debate abierto: sea la sesentona que duela a la hija muerta intentando que prendan en su útero los óvulos que dejó congelados (Ferreiroa); sea esa subrogante organizada en guerrilla que busca recuperar los hijos que parió para otros y, con ellos, la patria (Puebla); sea la hija de subrogación sin derecho de identidad que le permita dar con quien la gestó (Peroni).

Así, «El cuerpo es quien recuerda», ensaya sobre los conflictos privados-personales y públicos-colectivos que suponen el deseo de mater-paternar cuando la ciencia está habilitada para satisfacer ese deseo y el mercado ávido.

«Lo que más me interesa de la literatura es poner en crisis lo que se quiere presentar como dado», había dicho Puebla a Télam apenas publicada su novela, que se encarga de hacer detonar a una guerrillera subrogante de vientre, una «tilinga conurbanera» que en los 90 fue modelo top, y la hija ‘subrogada’ que resultó de su relación con un empresario ejecutor de los destinos del país.

Acá la peripecia es la gestación subrogada. Los escenarios son Ucrania y Buenos Aires. Las protagonistas, Rita, hija subrogada de Roberto que busca a la mujer que la gestó; Victoria, su madre; y Nadija, la gestante. El tema, una declaración que se repite, casi naif, de que el dinero no es todo, que le sirve a las narradoras para hacerse cargo de una versión no romantizada del capital y de la distribución del dinero: cómo circula por unos circuitos eludiendo otros, como ese oro de la humanidad que son esos niños gestados en los vientres de quienes no serán sus criadoras.

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